viernes, 17 de enero de 2014

NO HAY PAN QUE CIEN AÑOS DURE NI DIENTE QUE LO RESISTA

EL PAN DE LOS ESPAÑOLES QUÉ NIÑO LO TRAJO DEBAJO DE SU BRAZO, ¿QUIÉN LO AMASÓ?, Y, LO QUE ES MÁS GRAVE, ¿QUÍEN SE LO ESTÁ COMIENDO?

O el triste desenlace del milagro europeo.

Si hay algo que agradezco cada día al levantarme es tener una taza de café (solo, por favor), cerquita. Y ahora que estamos con los fríos y las lluvias, dependiendo de la zona en la que nos tocó quedarnos ¿parados?, o la que nos tocó mudarnos, pues más lluvias o menos grados. Se hace casi imprescindible que ese café esté humeante, que me alumbren, una buena lámpara,  _(porque soy de horas tempranas y ya hemos hablado lo del solsticio que nos ampara)_una buena calefacción, y mi cafetera. Independientemente de los suministros energéticos que los hagan funcionar, ¡qué funcionen, por Dios!. Que funcionen.
De todo esto yo de momento tengo. Luego incluso, me tomo una ducha, que también me llegan los suministros para esto, porque no soy de tostada a la primera. 
Hay quien sí, yo tengo una amiga, que al igual que a mi no se me despegan ni párpados ni cerebro sin mi cafelito, ella si no lo acompaña con tostada no es nadie, oiga, que no es nada la mujer. Pues, tiene tiene tal suerte también que a ella para pan también le llega.
Antes era yo de incluso costumbres más severas al despertar, y hasta hace bien poco, por cierto. Antes de mi tacita a rebosar conectaba la emisora de radio, de la que no me desenchufaba hasta altas horas del atasco.
Ahora, pues mire usted, desayundo oyendo silencio, ruidos de hogar o con mi amigo Beethoven, eso sí, con el himno a la alegría, que queda mucho día.
Porque antes debatía con los contertulios de todo tipo, edad, sexo y religión, aunque ellos no me oían. A veces, las más, apasionadamente, y con presidentes y ministros, y con sindicalista que se me pusiera a tiro a esas horas, ¡menuda!, menuda era la que les escribe. 

Pero, hija de mi vida, me he quedado en nada, en nada, todo lo más un hojeo a revista o libro de auotoayuda, con el café, y luengo mantreo por el pasillo hasta la ducha y pare usted de contar.

Con decirle que me ha dado ya en los últimos días por ponerle al desayuno zumo de pomelo y pan integral, para curarme del mal de España tan grande que me ha entrado.
Mi amiga ya empieza a mofarse, que le den, ella está en lo zen desde que la conozco y lo mío es más bien terapía de choque a la desesperada porque el médico me ha dicho que su consulta, con los recortes está saturada, y que con mi españolitis aguda, pues que, lo más, lo más, antidepresivo y diazepam.  

Claro que, cuando el buen hombre me habla de la incompantibilidad de estos fármacos con la cafeína, pues, le dije que ya me buscaría yo otra cosa. El insistió, el buenazo:"hombre, hoy en día un antidepresivo suavito y un ansiolítico que lo acompañe le viene bien a todo el mundo"

Y agarrada ahora que estoy a lo que estoy, muchos días me digo, con zozobra acongojante, "pero, este pan que yo me compro, que está más rico y tiene más fibra y más de todo, no lo deben estar poniendo en los desayunos solidarios de los colegios porque es más caro", y ya me viene sin querer la imagen de Wert a la cabeza, de ahí a la ley del aborto y la de desórdenes públicos, y las cifras de paro y emigración no hay ni dos sorbos, ya no hay quien me pare. 
Así que me meto de cabeza en el mantra y que Dios me ampare. 

En esos momentos es cuando me vienen, inevitablemente imágenes del Dios cristiano que me enseñaron, a ver, así de pronto, no puedo yo ver lo que ve un lama. Y me sale del alma un ¡ay! de España pidiéndole a ese Dios el milagro de los panes y los peces, el pan para todos los desayunos de España, con sus suministros incluidos, y los peces para el arenque que de tan humilde origen tantas bocas satisfizo antes del milagro europeo.